1. La tipología
morfológica
Desde un punto de vista amplio, la
morfología se divide en dos tipos: la flexiva, que estudia las
variaciones de las palabras en función de los morfemas flexivos, y la léxica
o derivacional, que profundiza en las posibilidades de una lengua para
formar neologismos (palabras nuevas). En el presente análisis, nos limitaremos
al estudio de los procedimientos derivacionales, pues los flexivos forman repertorios
limitados.
La unidad de análisis de la morfología es
el morfema, que puede ser dependiente o trabado si se le
añade a una base léxica para formar una palabra y también puede ser independiente
o libre si señala accidentes gramaticales de otra palabra (el artículo,
los verbos auxiliares) o relaciona palabras entre sí (preposiciones y
conjunciones). No nos detendremos a discutir si el morfema es la unidad mínima
de análisis lingüístico con significado, pues “existen morfemas que no tienen
significado” (Aronoff, 1985:14).
Para identificar un morfema, el criterio
semántico no puede ser el único indicador, también debemos considerar las
operaciones y reglas fonológicas. Los morfemas dependientes pueden ir antes de
la base (prefijos): des-hidratar; entre el prefijo y la base o entre la
base y el sufijo: en-s-anch-ar (infijos o interfijos); o tras la base: cart-ero
(sufijos).
“Las
palabras se presentan en el discurso en función de la sistemática lingüística
subyacente, pero sometidas a la libre y momentánea autoría de los hablantes”
(Almela, 1999:13). Los usuarios de la lengua son, en última instancia, quienes
activan los procesos de formación de palabras, de acuerdo con sus intenciones y
necesidades comunicativas.
2. Los procesos de
formación de palabras
Es necesario fijar las diferencias entre
formación e incorporación de palabras. Ambos procesos tienen como fin el
aumento del caudal léxico del sistema lingüístico (Almela, 1999), con la
diferencia de que la formación es un mecanismo interno al sistema, y la
incorporación es externo.
Mediante la formación de palabras, se
amplía el vocabulario de una lengua por medio de la aplicación de procesos
morfosemánticos y sintácticos. Con la incorporación, se amplía el repertorio
léxico gracias a préstamos de otras lenguas, que pueden ser
lenguas muertas como el latín y el griego o lenguas vivas como el inglés,
francés, entre muchas otras, o bien pueden ser préstamos de otros léxicos
especializados, como el léxico militar, el médico, el científico, etc.
Haremos especial énfasis en los procesos de
formación de palabras, es decir, en el “aprovechamiento y combinación de
elementos de una lengua conducente a una nueva voz” (Martinell, 1995:90 citada
en: Almela, 1999:18). Aronoff (1985) señala que estos procesos se basan en la
palabra, es decir, que todo derivado proviene de una palabra ya existente.
Según Emma Martinell (citada en Almela, 1999:25), existen tres tipos de
procedimientos de formación e incorporación de palabras. Éstos son: 1) de tipo
semántico, mediante la creación de formas léxicas nuevas o la adhesión de un
nuevo sentido a una forma léxica existente; 2) de tipo sintáctico: por medio de
la reducción de elementos de una combinación y suma de componentes; y 3) de
tipo morfológico, a través de la derivación, con o sin alteraciones en la base
léxica.
Dentro de los procedimientos de tipo
morfológico se encuentran la prefijación, la sufijación y la composición, los
cuales pueden repetirse en la formación de un mismo vocablo, fenómeno que se
conoce como polifijación. El criterio semántico estará siempre vinculado
a nuestro análisis morfológico, por considerar que la expresión (significante)
es inseparable de su contenido semántico (significado). Las palabras, una vez
formadas, persisten y cambian, asumen idiosincrasias (Aronoff, 1985), es decir,
son el producto de fenómenos morfológicos y semánticos, pero también
pragmáticos.
Almela (1999) divide los procesos de
formación de palabras en cuatro grandes clases, tomando como referencia la
propuesta de Coseriu (1978):
1) Procedimientos
de adición: tienen como fin el alargamiento de la base con un nuevo
elemento. Aquí se incluye la prefijación, la sufijación, la interfijación, la
parasíntesis y la composición.
a) Prefijación:
es un procedimiento morfológico de alargamiento de la base léxica, cuya función
es añadirle un valor sémico. Así, los semas del derivado prefijado son los
semas de la base y los semas del prefijo. El núcleo sémico de este derivado se
encuentra en el prefijo.
Bajo la denominación de prefijo se incluyen
tanto las bases de origen culto (seudo, bio, logo, crono, neo…)[1],
como otras que se han lexicalizado (ultra, super…) así como otras de naturaleza
preposicional (a, de, in, sobre…). Los prefijos se anteponen a la base y sirven
para formar derivados. Entre los más usados se encuentran: a(n)-, anti-,
de(s)-, contra-, que significan negación u oposición en: asimetría,
analfabeto, antipático, degenerar, desintoxicar, contradecir; super-,
hiper-, extra-, que significan superioridad o fuera de lo corriente en: supermercado,
hipermercado, extralargo; hipo-, infra-, minus-, que significan
inferioridad o menos de lo habitual en: hipotenso, infrahumano, minusválido;
inter- y entre- que significan algo intermedio en: intercomunicar, entreacto;
re-, que significa repetición en: reavivar, reconstruir; ex-, que
significa fuera, más allá de o separación en: extraer, excéntrico,
ex-ministro; entre muchos otros.
Su característica principal es la
no-adhesión a la base, pues el prefijo queda delimitado respecto de ella: anti-aéreo,
in-moral… y no cambia la categoría inicial de la base. La colocación del
prefijo antes de la base “es de esperar que sólo aporte matizaciones al valor
semántico y que apenas altere la forma” (Almela, 1999:60). Más bien, algunos
prefijos son modificados por la base, como ocurre con in-, en sus
realizaciones: irreal, ilegal, impropio…
Es importante no confundir a los prefijos
“verdaderos” con los falsos prefijos, aquellos que poseen la misma forma, pero
no la misma función. García Medall (1995:137 citado en Almela, 1999:61) propone
tres aspectos que ayudan a diferenciar a los prefijos verdaderos de los falsos:
1) la relación semántica: en enfermo, desnudo, contento, no existe una
complementación semántica directa entre en-, des-, con-, respectivamente, y
–fermo, -nudo, -tento; 2) la incorporación del elemento a la base y no su
adjunción: en repetición, pretensión, confín, no es posible segmentar
los morfemas iniciales, pues forman parte de la base; y 3) la divergencia
etimológica y semántica: devengar no es el resultado de la unión de la
base –vengar con el prefijo de-.
b) Sufijación:
varios autores (Lang, 1992; Almela, 1999; Fernández, 1999) señalan que este
proceso de formación de palabras es el más productivo en español. Para Lyons
(1980) es el más complejo, por sus efectos fonológicos, morfológicos y
lexémicos. Esto se debe, en parte, a que el sufijo se inserta entre el núcleo
lexémico y la flexión, donde se cruzan los valores sémicos de la base con las
determinaciones morfémicas flexionales (de tiempo, modo, persona, número,
género…).
Dubois (1969:46 citado en Almela, 1999:72)
considera que el sufijo no se identifica ni por condicionamientos
morfofonológicos, por ser similares a los que afectan a la composición y a la
prefijación, ni por el significado. Se distinguen por su doble referencia: “a
las bases a las que se añade y a las formas derivadas que contienen dicho
sufijo”.
Le añaden significado a la base a la que se
adjuntan, pues, como acota Lang (1992:166), “el significado del derivado es
diferente del que poseía la base”. Sin embargo, “el significado de las palabras
sufijadas no siempre es la suma de los significados de sus respectivos
integrantes” (Almela, 1999:76), pues los sufijos tienen una gran variabilidad
de significados y una serie de condicionamientos morfológicos.
A diferencia de los prefijos, los sufijos
generalmente modifican la categoría de la palabra base, como los sufijos
-miento, -ción, -dad, -ismo, que crean sustantivos; -(t)ivo, -or, que crean
adjetivos, etc. Algunos no cambian la categoría gramatical, sólo modifican su
significado: a este tipo pertenecen los sufijos aumentativos como -azo, -ote;
los sufijos diminutivos, despectivos, apreciativos y superlativos.
Hay que distinguir entre un sufijo y una
desinencia. Ésta es sólo una variación en la flexión de las palabras con
accidentes gramaticales, así -ujo en dedujo es la desinencia que
corresponde a la tercera persona del singular del pretérito indefinido de un
verbo terminado en -ducir, y se opone a -ujeron, dedujeron, tercera
persona plural.
c) Composición:
según Beneveniste
(1977:172 citado en Almela, 1999:130) “hay composición cuando dos términos
identificables para el locutor se conjuntan en una unidad nueva de significado
único y constante”, definición que contempla los componentes semántico y
morfosintáctico de la
composición. El compuesto es definido por Giurescu (1972:407
citado en Almela, 1999:130) como “una unidad léxico-gramatical nueva, que
aparece entre pausas, puede conmutarse con una palabra simple, puede
ser determinada sólo globalmente y cuyos elementos componentes se dan también
fuera de dichas amalgamas”, lo cual contempla las dimensiones semántica,
sintáctica, fonetológica y morfológica que definen este proceso.
En el
aspecto morfosemántico, el compuesto es una unidad cuyo significado ni es
deducible necesariamente del significado de sus componentes ni es ajeno al
mismo. “El compuesto es una representación conjunta de un referente único”
(Almela, 1999:130), aguamiel es
literalmente agua que tiene miel; pero hombre
orquesta no es un hombre que tiene una orquesta, tiene un sentido figurado.
En la interpretación del compuesto se han de tomar en cuenta el significado de
sus componentes y también la situación comunicativa en la cual aparece; es
decir, son necesarios sus valores semánticos y pragmáticos.
Lang (1992:65) considera que el concepto de
compuesto “es marginal entre la palabra y la frase”. La imposibilidad de
interrumpir los sintagmas muestra que existe una unión semántica entre los
términos, por lo cual “debe considerarse que tienen un estatus lexical real”
(Lang, 1992:89). El compuesto no se puede descomponer, no admite elementos
intercalados y adopta variaciones morfemáticas independientes al igual que los
lexemas (sacacorcho, sacacorchos).
Los compuestos se agrupan según el acento,
la formación del plural, la categoría gramatical del compuesto, la forma del
primer elemento, el orden de los elementos, la relación sintáctica que los une
y la categoría gramatical de sus componentes (RAE, 1973).
Chela-Flores (1992:59) considera que la
composición binominal suelta es un proceso “de gran vigor en las últimas
décadas”, pues resuelve la carencia de adjetivos patrimoniales al producir
adjetivos marginales por hipóstasis.
Según
Chela-Flores (1992:9), la composición binominal pudiera tener dos restricciones
morfológicas y tres semánticas: 1)
compatibilidad: el resultado debe ser compatible con la realidad; 2) inaceptabilidad
de lo obvio y/o trivial: debe darse un uso justificado de los recursos
morfológicos; 3) bloqueo por término ya existente: es poco probable que
el hablante cree un compuesto para significar lo mismo que un lexema simple ya
existente; 4) número limitado de sílabas; y 5) los sustantivos deben ser
simples: es poco común que se creen compuestos a partir de derivados.
d) Parasíntesis:
Lang (1992) considera a la parasíntesis como una forma de derivación, junto con
la prefijación y la
sufijación. Sin embargo, Scalise (1987:170-171) considera que
las formaciones parasintéticas se forman en dos pasos: “primero, la sufijación
crea una palabra posible, aunque no necesariamente existente y, después, la
prefijación genera el resto de la forma”.
Algunas formaciones parasintéticas tienen
un término intermedio, mientras que otras no: desamparado coexiste con desamparo
y amparado; desalmado y desalma existen, pero *almado
no. En español, las más frecuentes son las que provienen de verbos o adjetivos,
como concatenar, embobar, refrescar, intramuscular, bifocal, etc.;
mientras que son poco productivas aquéllas “cuya base léxica no esté
atestiguada como independiente” (Almela, 1999:196).
2) Procedimientos
de modificación: se refiere a aquéllos que producen una alteración en la base. Comprende la
conversión (relación de palabras formalmente idénticas que pertenecen a distintas
categorías de palabra: compra como verbo y compra como nombre),
la sustitución (modificación cualitativa parcial de la base: madre/materno),
la supleción (modificación cualitativa total de la base: hermano/fraternal/filial)
y repetición (de la base o parte de ella: correcorre, dile-dale).
Todos estos procedimientos generan derivados que se ubican en el mismo plano
semántico de la base, pero la categoría de palabra cambia, y con ello, algunos
rasgos semánticos se acentúan más que otros.
3) Procedimientos
de sustracción: mediante estos procedimientos, la base pierde un afijo
(regresión: legislador/legislar) u otro elemento (abreviación:
acortamientos: profesor/profe y abreviaturas: licenciada/Lcda.).
Los acortamientos son de naturaleza fónica, cuyo origen es la tendencia natural
a la economía en el uso del lenguaje. El léxico político es rico en
acortamientos: sudaca (sudamericano), paraco (paramilitar
colombiano), etc.
Las abreviaturas tienen un carácter
gráfico, pues se suprimen algunas letras de la palabra origen. En el léxico
político encontramos: EE. UU. (Estados Unidos de Norteamérica), Min.
(Ministro (a)), etc. Es importante destacar que estas abreviaturas generalmente
no se lexicalizan, pues en su lectura se reproduce la totalidad de la o las palabras
que se abrevian.
4) Procedimientos
de combinación: son una mezcla de reducción y suma de elementos. Se
incluyen aquí la siglación y la acronimia.
Las siglas son signos abreviativos
compuestos, a partir de la inicial de las palabras claves que forman el título
o el nombre completo de algo, por ejemplo, SA (Sociedad Anónima), ovni
por (objeto volador no identificado). Muchas de las siglas, aunque no todas,
aparecen escritas con letras mayúsculas y generalmente sin puntos ni espacios
entre las letras que la forman (es el caso de SA), sin embargo, aquéllas
que se han lexicalizado suelen representarse en minúsculas dentro de la frase,
como cualquier otra palabra (como es el caso de ovni). Las siglas se
leen como una sola palabra: ONU, y no Organización de las Naciones
Unidas; éste es el rasgo fundamental que las diferencia de las abreviaturas.
Su utilización es muy frecuente en la
actualidad en todo tipo de lenguaje, ya sea culto o coloquial, así como en el
léxico político.
Los acrónimos, “o como los llama Carroll, portmanteau
words, están formados por partes de una palabra que se unen a otra que
cumple las restricciones fonotácticas de la lengua” (Aronoff, 1985:20). Se
forman a partir de las letras iniciales de un nombre compuesto y a veces por
más letras, pero que suele ajustarse a las reglas fonológicas de la lengua, por
ejemplo, sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), o radar
(radio-detection and ranking).
Tanto las siglas como los acrónimos tienen un ámbito de
significación más reducido que el resto de las palabras. Están más condicionadas
por los tipos de texto y los contextos en los cuales se insertan. Su valor
comunicativo “está mucho más ligado a las circunstancias diafásicas,
diatópicas, diastráticas, etc., que el léxico general; su ámbito está influido
por situaciones similares a las que afectan al léxico especializado” (Almela,
1999:212). A diferencia de los acortamientos y abreviaturas, las siglas y los
acrónimos son bastante susceptibles a ser lexicalizados, a tal punto que los
hablantes pierden la referencia de la serie de palabras que dio origen a la formación. Por
ello, resulta interesante conocer el uso estratégico de estos procedimientos en
el lenguaje de la política, sobre todo por su uso frecuente en la denominación
de los partidos y agrupaciones políticas.
3.
La productividad léxica
La
productividad no debe confundirse con la frecuencia o número de veces en que
aparece un elemento léxico dentro de una muestra. La productividad es la
capacidad de un tipo, subtipo, regla, esquema o unidad particular para generar
nuevas palabras o para aportar variaciones a las ya existentes. Según Varela
(1990), ésta puede ser real (identificada por la frecuencia en la cual aparece
un afijo en el vocabulario de una lengua) o potencial (definida por la
capacidad intrínseca para suministrar nuevas palabras en la lengua).
La productividad se distingue por cuatro
rasgos principales (Scalise, 1987):
1) La
relatividad: la productividad de un afijo o de una determinada regla de formación
de palabras es relativa; depende del funcionamiento del sistema lingüístico,
del reajuste en las unidades de acrecentamiento lexical disponibles en el
sistema en un momento dado.
2) La
gradabilidad: la productividad es susceptible de gradarse; puede hablarse
de una productividad alta de determinado afijo, o de una productividad baja de
determinada forma de composición, así como pueden crearse diferentes escalas:
muy productivo, poco productivo, etc.
3) La
variabilidad: la productividad varía según el tiempo y el espacio, es
decir, depende de la evolución de la lengua, de su extensión geográfica, del
nivel socio-cultural de los hablantes y del registro lingüístico.
4) La
necesidad: un proceso o afijo es productivo en la medida en que aporten
recursos léxicos al sistema, de lo contrario, desaparece.
Según Aronoff (1985:37), no existe manera
de computar la lista de todas las nuevas palabras que se generan gracias a la
aplicación de las reglas de formación de palabras. Por ello, aduce que los
hablantes, al no tener acceso a una lista de neologismos, evidencian “acceso
directo a la intuición” para expresar la noción de que una palabra pueda o no
ser factible dentro del vocabulario activo de una comunidad lingüística. Este
autor afirma que “la productividad va de la mano de la coherencia semántica”
(Aronoff, 1985:45).
Morris
Halle (1973) diseñó un modelo que explica el funcionamiento del componente
morfológico de la gramática, sustentado en la noción de la competencia de los
usuarios de una lengua, bajo la premisa: “los hablantes de una lengua
normalmente poseen conocimiento no sólo acerca de las palabras de esa lengua,
sino además acerca de la composición y estructura de las palabras” (Halle,
1973:3).
Así, se
explica cómo los hablantes diferencian las palabras de su lengua y las de otra,
derivan palabras a partir de bases léxicas, construyen compuestos a partir de
lexías simples, etc. La gramática se encarga de recoger y explicar las reglas
que gobiernan estos procesos y que son aplicadas de forma intuitiva por la
comunidad lingüística.
En su
artículo “Prolegómeno a una teoría de la formación de palabras”, Halle (1973)
esboza:
“He
sugerido que la morfología consiste en tres componentes distintivos: una lista
de morfemas, reglas de formación de palabras y un filtro que contiene las
propiedades idiosincrásicas de las palabras. La lista de morfemas y las reglas
de formación de palabras juntas definen las palabras potenciales del lenguaje.
El conjunto de palabras activas se obtiene del de palabras potenciales al
aplicar a las últimas las modificaciones indicadas en el filtro. Alguno podría
pensar que la morfología, entonces, produce una larga lista de palabras, ésta
es la lista designada bajo el término diccionario” (Halle, 1973:9).
Para explicar la capacidad de los hablantes
para producir y reconocer piezas léxicas, Halle diseñó un modelo cuyo primer
eslabón es la lista de morfemas, unidades básicas del léxico que cada hablante
posee en competencia.
Luego se encuentra el eslabón de las reglas
de formación de palabras que, en un recorrido onomasiológico (producción),
orientan al usuario en la forma como debe combinar los morfemas para formar
palabras posibles y, en un recorrido semasiológico (comprensión), le permiten
discernir entre palabras bien o mal formadas. El tercer eslabón, que llamó
filtro, añade los rasgos idiosincrásicos para adaptar las nuevas formaciones al
contexto y se encarga de “bloquear” piezas léxicas inexistentes.
En Aronoff
(1985) hallamos dos nociones distintas de bloqueo. Según la primera de ellas,
el bloqueo ha de entenderse como la no existencia de una forma a causa de la
existencia de otra forma: a pesar de carnoso > carnosidad, no existe avaricia
> *avariciocidad, porque el primitivo ya contiene el rasgo
"abstracto" que estaría contenido en el termino bloqueado. Según la
otra noción, el bloqueo consiste en una competencia entre sufijos rivales: religión
> religiosidad impide religión > *religiosería.
Continuando
el recorrido del modelo, nos encontramos frente al diccionario o lexicón, donde
se acumulan las formaciones que han logrado superar el filtro.
El modelo
no es cerrado, está en interacción permanente. Ello explica el hecho de que las
palabras existentes bloqueen nuevas formaciones con los mismos rasgos
semánticos.
La relación
con el componente sintáctico permite ajustar las formaciones léxicas a la
estructura superficial donde será insertada, lo cual tiene gran influencia en
la selección de los morfemas flexivos. La
inserción léxica ocurre al seleccionar los ítems del diccionario y al
articularlos en secuencias sintácticas.
La
intención de comunicar algo es la motivación del hablante para recurrir a la
lista de morfemas, crear una palabra, filtrarla, compararla con su diccionario,
ordenarla sintácticamente y adecuarla a las reglas fonológicas para su
posterior emisión, la cual debe ajustarse a la situación de comunicación para
ser efectiva y lograr los resultados deseados.
Los
hablantes, entonces, poseen una competencia para la producción léxica con fines
semánticos específicos. Según Lang (1992:40), la formación de palabras tiene,
además, una dimensión estilística que no debemos obviar en el análisis léxico.
Por una parte, la afición por la derivación puede representar una lucha por
precisión y economía en la expresión, como sucede en el lenguaje periodístico,
donde las derivaciones suelen evitar las alternativas prosaicas: cine tercermundista por cine del tercer mundo. Por otra parte,
el exceso de derivados puede producir una prosa pretenciosa y una acumulación
de derivados idiosincrásicos que es usualmente considerada una característica
de estilo deficiente.
Pareciera
que, una vez más, el equilibrio se impone para el logro de un estilo coherente
y adecuado, siempre de cara a una intención comunicativa en una situación
específica de comunicación.
4. Las relaciones
de significación
a) Relación
de homonimia: la relación de homonimia se establece entre dos palabras que, teniendo formas análogas, divergen
en su significación. Esto es, un significante tiene varios sememas “sin
recubrimiento de semantemas o de campos de experiencia” (Pottier, 1977:96).
Así, pensión es un establecimiento,
pero también es una renta vitalicia.
b) Relación
de sinonimia: es una figura retórica que consiste en usar intencionadamente
vocablos sinónimos totales o parciales (de significación semejante), para
ampliar la extensión o reforzar la expresión de un concepto. Así, para hablar
de crisis se emplean sinónimos como: conflicto, problemática, etc.
c) La
metaforización: las metáforas contribuyen a la construcción del mundo mediante
asociaciones. Su objetivo es transformar semánticamente a los actores y a las
prácticas sociales involucradas. En el discurso periodístico son frecuentes las
metáforas, por ejemplo: las procedentes del discurso religioso, como “credo,
creencia, correligionario, etc.”; o del ámbito militar: “lucha, fuerza,
tregua”.
f) Relación
de paronimia: esta relación puede generar ambigüedades o confusiones entre
los términos parónimos, es decir, entre vocablos que tienen entre sí relación
o semejanza, por su etimología o solamente por su forma o sonido: la frase libros desechables puede interpretarse
como libros que se pueden excluir de una serie o conjunto o libros que se
pueden botar. Ejemplos de parónimos son: abollar / aboyar, espiar /expiar,
cesión / sesión, etc.
g) Los
eufemismos: “el eufemismo, como recurso mitigador de la
expresión que atempera o anula las asociaciones desagradables que provoca el
tabú lingüístico o, de un modo más sencillo, el miedo a las palabras, tiene en
el léxico político manifestaciones más representativas” (Fernández, 1999:43).
La relación
entre la palabra tabú sustituida y el sustituto matizado puede incluso acarrear
una consecuencia opuesta al propósito del eufemismo: en lugar de mitigar la
carga semántica del vocablo, el sustituto puede resaltar los rasgos semánticos
negativos del término. Técnicamente, este resultado se conoce como disfemismo.
La sustitución de acuerdo por componenda es un ejemplo de disfemismo
(Fernández, 1999).
6) Los préstamos lexicales: el
discurso de la prensa se sirve de tecnicismos, cientificismos y diversos
vocablos provenientes de lenguas especializadas para legitimar su mensaje. Así,
recurre al léxico médico para describir la “profilaxia” social, o para promover
la “eliminación de los virus que enferman al país” o a los “parásitos” del
gobierno, etc. El léxico militar es muy popular, sobre todo en tiempos de
guerra.
Referencias
1) ALMELA, R. (1999). Procedimientos de formación de palabras en español. Ariel, Barcelona.
2)
ARONOFF, M. (1985). Word formation
in generative grammar. The MIT
Press.
3)
CHELA-FLORES, G. (1992). Estructuras
binominales sueltas en el español de Venezuela: ¿lexemas compuestos o grupos
sintácticos?, en: Tierra Nueva, No.
4.
4)
COSERIU, E. (1973). Teoría del lenguaje
y lingüística general. Tercera reimpresión (1989). Gredos, Madrid.
5)
FERNÁNDEZ,
M. (1999). La lengua en la comunicación
política II: la palabra del poder. Arco
libros, Madrid.
6) HALLE , M. (1973). “Prolegomena to a theory of Word Formation”. Linguistic
Inquiry, No. 4, pp. 3-16.
7) LANG, M. (1992). Spanish
word formation. Routledge.
8)
LYONS (1980). Semántica. Teide, Barcelona.
9)
POTTIER,
Bernard (1977). Lingüística general.
Teoría y descripción. Gredos,
Madrid.
10) REAL
ACADEMIA ESPAÑOLA (1973). Esbozo de una nueva gramática de la lengua
española. Decimoquinta reimpresión (1996). Espasa Calpe, Madrid.
11) SCALISE,
S. (1987). Morfología generativa.
Alianza, Madrid.
12) VARELA, S. (1990). Fundamentos de morfología. Síntesis,
Madrid.
[1] Aunque Almela (1999) considera que estas formas, llamadas también prefijoides, no deben ser consideradas
como prefijos.