viernes, 12 de mayo de 2017

Lectura complementaria de la unidad II: léxico y comunicación

 Bases morfológicas para el estudio del lenguaje publicitario y periodístico


1. La tipología morfológica
Desde un punto de vista amplio, la morfología se divide en dos tipos: la flexiva, que estudia las variaciones de las palabras en función de los morfemas flexivos, y la léxica o derivacional, que profundiza en las posibilidades de una lengua para formar neologismos (palabras nuevas). En el presente análisis, nos limitaremos al estudio de los procedimientos derivacionales, pues los flexivos forman repertorios limitados.
La unidad de análisis de la morfología es el morfema, que puede ser dependiente o trabado si se le añade a una base léxica para formar una palabra y también puede ser independiente o libre si señala accidentes gramaticales de otra palabra (el artículo, los verbos auxiliares) o relaciona palabras entre sí (preposiciones y conjunciones). No nos detendremos a discutir si el morfema es la unidad mínima de análisis lingüístico con significado, pues “existen morfemas que no tienen significado” (Aronoff, 1985:14).
Para identificar un morfema, el criterio semántico no puede ser el único indicador, también debemos considerar las operaciones y reglas fonológicas. Los morfemas dependientes pueden ir antes de la base (prefijos): des-hidratar; entre el prefijo y la base o entre la base y el sufijo: en-s-anch-ar (infijos o interfijos); o tras la base: cart-ero (sufijos).
 “Las palabras se presentan en el discurso en función de la sistemática lingüística subyacente, pero sometidas a la libre y momentánea autoría de los hablantes” (Almela, 1999:13). Los usuarios de la lengua son, en última instancia, quienes activan los procesos de formación de palabras, de acuerdo con sus intenciones y necesidades comunicativas.
2. Los procesos de formación de palabras
Es necesario fijar las diferencias entre formación e incorporación de palabras. Ambos procesos tienen como fin el aumento del caudal léxico del sistema lingüístico (Almela, 1999), con la diferencia de que la formación es un mecanismo interno al sistema, y la incorporación es externo.
Mediante la formación de palabras, se amplía el vocabulario de una lengua por medio de la aplicación de procesos morfosemánticos y sintácticos. Con la incorporación, se amplía el repertorio léxico gracias a préstamos de otras lenguas, que pueden ser lenguas muertas como el latín y el griego o lenguas vivas como el inglés, francés, entre muchas otras, o bien pueden ser préstamos de otros léxicos especializados, como el léxico militar, el médico, el científico, etc.
Haremos especial énfasis en los procesos de formación de palabras, es decir, en el “aprovechamiento y combinación de elementos de una lengua conducente a una nueva voz” (Martinell, 1995:90 citada en: Almela, 1999:18). Aronoff (1985) señala que estos procesos se basan en la palabra, es decir, que todo derivado proviene de una palabra ya existente. Según Emma Martinell (citada en Almela, 1999:25), existen tres tipos de procedimientos de formación e incorporación de palabras. Éstos son: 1) de tipo semántico, mediante la creación de formas léxicas nuevas o la adhesión de un nuevo sentido a una forma léxica existente; 2) de tipo sintáctico: por medio de la reducción de elementos de una combinación y suma de componentes; y 3) de tipo morfológico, a través de la derivación, con o sin alteraciones en la base léxica.
Dentro de los procedimientos de tipo morfológico se encuentran la prefijación, la sufijación y la composición, los cuales pueden repetirse en la formación de un mismo vocablo, fenómeno que se conoce como polifijación. El criterio semántico estará siempre vinculado a nuestro análisis morfológico, por considerar que la expresión (significante) es inseparable de su contenido semántico (significado). Las palabras, una vez formadas, persisten y cambian, asumen idiosincrasias (Aronoff, 1985), es decir, son el producto de fenómenos morfológicos y semánticos, pero también pragmáticos.
Almela (1999) divide los procesos de formación de palabras en cuatro grandes clases, tomando como referencia la propuesta de Coseriu (1978):
1) Procedimientos de adición: tienen como fin el alargamiento de la base con un nuevo elemento. Aquí se incluye la prefijación, la sufijación, la interfijación, la parasíntesis y la composición.      
a) Prefijación: es un procedimiento morfológico de alargamiento de la base léxica, cuya función es añadirle un valor sémico. Así, los semas del derivado prefijado son los semas de la base y los semas del prefijo. El núcleo sémico de este derivado se encuentra en el prefijo.
Bajo la denominación de prefijo se incluyen tanto las bases de origen culto (seudo, bio, logo, crono, neo…)[1], como otras que se han lexicalizado (ultra, super…) así como otras de naturaleza preposicional (a, de, in, sobre…). Los prefijos se anteponen a la base y sirven para formar derivados. Entre los más usados se encuentran: a(n)-, anti-, de(s)-, contra-, que significan negación u oposición en: asimetría, analfabeto, antipático, degenerar, desintoxicar, contradecir; super-, hiper-, extra-, que significan superioridad o fuera de lo corriente en: supermercado, hipermercado, extralargo; hipo-, infra-, minus-, que significan inferioridad o menos de lo habitual en: hipotenso, infrahumano, minusválido; inter- y entre- que significan algo intermedio en: intercomunicar, entreacto; re-, que significa repetición en: reavivar, reconstruir; ex-, que significa fuera, más allá de o separación en: extraer, excéntrico, ex-ministro; entre muchos otros.
Su característica principal es la no-adhesión a la base, pues el prefijo queda delimitado respecto de ella: anti-aéreo, in-moral… y no cambia la categoría inicial de la base. La colocación del prefijo antes de la base “es de esperar que sólo aporte matizaciones al valor semántico y que apenas altere la forma” (Almela, 1999:60). Más bien, algunos prefijos son modificados por la base, como ocurre con in-, en sus realizaciones: irreal, ilegal, impropio
Es importante no confundir a los prefijos “verdaderos” con los falsos prefijos, aquellos que poseen la misma forma, pero no la misma función. García Medall (1995:137 citado en Almela, 1999:61) propone tres aspectos que ayudan a diferenciar a los prefijos verdaderos de los falsos: 1) la relación semántica: en enfermo, desnudo, contento, no existe una complementación semántica directa entre en-, des-, con-, respectivamente, y –fermo, -nudo, -tento; 2) la incorporación del elemento a la base y no su adjunción: en repetición, pretensión, confín, no es posible segmentar los morfemas iniciales, pues forman parte de la base; y 3) la divergencia etimológica y semántica: devengar no es el resultado de la unión de la base –vengar con el prefijo de-.
b) Sufijación: varios autores (Lang, 1992; Almela, 1999; Fernández, 1999) señalan que este proceso de formación de palabras es el más productivo en español. Para Lyons (1980) es el más complejo, por sus efectos fonológicos, morfológicos y lexémicos. Esto se debe, en parte, a que el sufijo se inserta entre el núcleo lexémico y la flexión, donde se cruzan los valores sémicos de la base con las determinaciones morfémicas flexionales (de tiempo, modo, persona, número, género…).
Dubois (1969:46 citado en Almela, 1999:72) considera que el sufijo no se identifica ni por condicionamientos morfofonológicos, por ser similares a los que afectan a la composición y a la prefijación, ni por el significado. Se distinguen por su doble referencia: “a las bases a las que se añade y a las formas derivadas que contienen dicho sufijo”.
Le añaden significado a la base a la que se adjuntan, pues, como acota Lang (1992:166), “el significado del derivado es diferente del que poseía la base”. Sin embargo, “el significado de las palabras sufijadas no siempre es la suma de los significados de sus respectivos integrantes” (Almela, 1999:76), pues los sufijos tienen una gran variabilidad de significados y una serie de condicionamientos morfológicos. 
A diferencia de los prefijos, los sufijos generalmente modifican la categoría de la palabra base, como los sufijos -miento, -ción, -dad, -ismo, que crean sustantivos; -(t)ivo, -or, que crean adjetivos, etc. Algunos no cambian la categoría gramatical, sólo modifican su significado: a este tipo pertenecen los sufijos aumentativos como -azo, -ote; los sufijos diminutivos, despectivos, apreciativos y superlativos.
Hay que distinguir entre un sufijo y una desinencia. Ésta es sólo una variación en la flexión de las palabras con accidentes gramaticales, así -ujo en dedujo es la desinencia que corresponde a la tercera persona del singular del pretérito indefinido de un verbo terminado en -ducir, y se opone a -ujeron, dedujeron, tercera persona plural.
c) Composición: según Beneveniste (1977:172 citado en Almela, 1999:130) “hay composición cuando dos términos identificables para el locutor se conjuntan en una unidad nueva de significado único y constante”, definición que contempla los componentes semántico y morfosintáctico de la composición. El compuesto es definido por Giurescu (1972:407 citado en Almela, 1999:130) como “una unidad léxico-gramatical nueva, que aparece entre pausas, puede conmutarse con una palabra simple, puede ser determinada sólo globalmente y cuyos elementos componentes se dan también fuera de dichas amalgamas”, lo cual contempla las dimensiones semántica, sintáctica, fonetológica y morfológica que definen este proceso.
En el aspecto morfosemántico, el compuesto es una unidad cuyo significado ni es deducible necesariamente del significado de sus componentes ni es ajeno al mismo. “El compuesto es una representación conjunta de un referente único” (Almela, 1999:130), aguamiel es literalmente agua que tiene miel; pero hombre orquesta no es un hombre que tiene una orquesta, tiene un sentido figurado. En la interpretación del compuesto se han de tomar en cuenta el significado de sus componentes y también la situación comunicativa en la cual aparece; es decir, son necesarios sus valores semánticos y pragmáticos. 
Lang (1992:65) considera que el concepto de compuesto “es marginal entre la palabra y la frase”. La imposibilidad de interrumpir los sintagmas muestra que existe una unión semántica entre los términos, por lo cual “debe considerarse que tienen un estatus lexical real” (Lang, 1992:89). El compuesto no se puede descomponer, no admite elementos intercalados y adopta variaciones morfemáticas independientes al igual que los lexemas (sacacorcho, sacacorchos).
Los compuestos se agrupan según el acento, la formación del plural, la categoría gramatical del compuesto, la forma del primer elemento, el orden de los elementos, la relación sintáctica que los une y la categoría gramatical de sus componentes (RAE, 1973).
Chela-Flores (1992:59) considera que la composición binominal suelta es un proceso “de gran vigor en las últimas décadas”, pues resuelve la carencia de adjetivos patrimoniales al producir adjetivos marginales por hipóstasis.
Según Chela-Flores (1992:9), la composición binominal pudiera tener dos restricciones morfológicas y tres semánticas: 1) compatibilidad: el resultado debe ser compatible con la realidad; 2) inaceptabilidad de lo obvio y/o trivial: debe darse un uso justificado de los recursos morfológicos; 3) bloqueo por término ya existente: es poco probable que el hablante cree un compuesto para significar lo mismo que un lexema simple ya existente; 4) número limitado de sílabas; y 5) los sustantivos deben ser simples: es poco común que se creen compuestos a partir de derivados.
d) Parasíntesis: Lang (1992) considera a la parasíntesis como una forma de derivación, junto con la prefijación y la sufijación. Sin embargo, Scalise (1987:170-171) considera que las formaciones parasintéticas se forman en dos pasos: “primero, la sufijación crea una palabra posible, aunque no necesariamente existente y, después, la prefijación genera el resto de la forma”.
Algunas formaciones parasintéticas tienen un término intermedio, mientras que otras no: desamparado coexiste con desamparo y amparado; desalmado y desalma existen, pero *almado no. En español, las más frecuentes son las que provienen de verbos o adjetivos, como concatenar, embobar, refrescar, intramuscular, bifocal, etc.; mientras que son poco productivas aquéllas “cuya base léxica no esté atestiguada como independiente” (Almela, 1999:196).
2) Procedimientos de modificación: se refiere a aquéllos que producen una alteración en la base. Comprende la conversión (relación de palabras formalmente idénticas que pertenecen a distintas categorías de palabra: compra como verbo y compra como nombre), la sustitución (modificación cualitativa parcial de la base: madre/materno), la supleción (modificación cualitativa total de la base: hermano/fraternal/filial) y repetición (de la base o parte de ella: correcorre, dile-dale). Todos estos procedimientos generan derivados que se ubican en el mismo plano semántico de la base, pero la categoría de palabra cambia, y con ello, algunos rasgos semánticos se acentúan más que otros.
3) Procedimientos de sustracción: mediante estos procedimientos, la base pierde un afijo (regresión: legislador/legislar) u otro elemento (abreviación: acortamientos: profesor/profe y abreviaturas: licenciada/Lcda.). Los acortamientos son de naturaleza fónica, cuyo origen es la tendencia natural a la economía en el uso del lenguaje. El léxico político es rico en acortamientos: sudaca (sudamericano), paraco (paramilitar colombiano), etc.
Las abreviaturas tienen un carácter gráfico, pues se suprimen algunas letras de la palabra origen. En el léxico político encontramos: EE. UU. (Estados Unidos de Norteamérica), Min. (Ministro (a)), etc. Es importante destacar que estas abreviaturas generalmente no se lexicalizan, pues en su lectura se reproduce la totalidad de la o las palabras que se abrevian.
4) Procedimientos de combinación: son una mezcla de reducción y suma de elementos. Se incluyen aquí la siglación y la acronimia.
Las siglas son signos abreviativos compuestos, a partir de la inicial de las palabras claves que forman el título o el nombre completo de algo, por ejemplo, SA (Sociedad Anónima), ovni por (objeto volador no identificado). Muchas de las siglas, aunque no todas, aparecen escritas con letras mayúsculas y generalmente sin puntos ni espacios entre las letras que la forman (es el caso de SA), sin embargo, aquéllas que se han lexicalizado suelen representarse en minúsculas dentro de la frase, como cualquier otra palabra (como es el caso de ovni). Las siglas se leen como una sola palabra: ONU, y no Organización de las Naciones Unidas; éste es el rasgo fundamental que las diferencia de las abreviaturas.
Su utilización es muy frecuente en la actualidad en todo tipo de lenguaje, ya sea culto o coloquial, así como en el léxico político.
Los acrónimos, “o como los llama Carroll, portmanteau words, están formados por partes de una palabra que se unen a otra que cumple las restricciones fonotácticas de la lengua” (Aronoff, 1985:20). Se forman a partir de las letras iniciales de un nombre compuesto y a veces por más letras, pero que suele ajustarse a las reglas fonológicas de la lengua, por ejemplo, sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), o radar (radio-detection and ranking).
Tanto las siglas como los acrónimos tienen un ámbito de significación más reducido que el resto de las palabras. Están más condicio­nadas por los tipos de texto y los contextos en los cuales se insertan. Su valor comunicativo “está mucho más ligado a las circunstancias diafásicas, diatópicas, diastráticas, etc., que el léxico general; su ámbito está influido por situaciones similares a las que afectan al léxico especia­lizado” (Almela, 1999:212). A diferencia de los acortamientos y abreviaturas, las siglas y los acrónimos son bastante susceptibles a ser lexicalizados, a tal punto que los hablantes pierden la referencia de la serie de palabras que dio origen a la formación. Por ello, resulta interesante conocer el uso estratégico de estos procedimientos en el lenguaje de la política, sobre todo por su uso frecuente en la denominación de los partidos y agrupaciones políticas.
3. La productividad léxica
La productividad no debe confundirse con la frecuencia o número de veces en que aparece un elemento léxico dentro de una muestra. La productividad es la capacidad de un tipo, subtipo, regla, esquema o unidad particular para generar nuevas palabras o para aportar variaciones a las ya existentes. Según Varela (1990), ésta puede ser real (identificada por la frecuencia en la cual aparece un afijo en el vocabulario de una lengua) o potencial (definida por la capacidad intrínseca para suministrar nuevas palabras en la lengua).
La productividad se distingue por cuatro rasgos principales (Scalise, 1987):
1) La relatividad: la productividad de un afijo o de una determinada regla de formación de palabras es relativa; depende del funcionamiento del sistema lingüístico, del reajuste en las unidades de acrecentamiento lexical disponibles en el sistema en un momento dado.
2) La gradabilidad: la productividad es susceptible de gradarse; puede hablarse de una productividad alta de determinado afijo, o de una productividad baja de determinada forma de composición, así como pueden crearse diferentes escalas: muy productivo, poco productivo, etc.
3) La variabilidad: la productividad varía según el tiempo y el espacio, es decir, depende de la evolución de la lengua, de su extensión geográfica, del nivel socio-cultural de los hablantes y del registro lingüístico.
4) La necesidad: un proceso o afijo es productivo en la medida en que aporten recursos léxicos al sistema, de lo contrario, desaparece.
Según Aronoff (1985:37), no existe manera de computar la lista de todas las nuevas palabras que se generan gracias a la aplicación de las reglas de formación de palabras. Por ello, aduce que los hablantes, al no tener acceso a una lista de neologismos, evidencian “acceso directo a la intuición” para expresar la noción de que una palabra pueda o no ser factible dentro del vocabulario activo de una comunidad lingüística. Este autor afirma que “la productividad va de la mano de la coherencia semántica” (Aronoff, 1985:45). 
Morris Halle (1973) diseñó un modelo que explica el funcionamiento del componente morfológico de la gramática, sustentado en la noción de la competencia de los usuarios de una lengua, bajo la premisa: “los hablantes de una lengua normalmente poseen conocimiento no sólo acerca de las palabras de esa lengua, sino además acerca de la composición y estructura de las palabras” (Halle, 1973:3).
Así, se explica cómo los hablantes diferencian las palabras de su lengua y las de otra, derivan palabras a partir de bases léxicas, construyen compuestos a partir de lexías simples, etc. La gramática se encarga de recoger y explicar las reglas que gobiernan estos procesos y que son aplicadas de forma intuitiva por la comunidad lingüística.
En su artículo “Prolegómeno a una teoría de la formación de palabras”, Halle (1973) esboza:
“He sugerido que la morfología consiste en tres componentes distintivos: una lista de morfemas, reglas de formación de palabras y un filtro que contiene las propiedades idiosincrásicas de las palabras. La lista de morfemas y las reglas de formación de palabras juntas definen las palabras potenciales del lenguaje. El conjunto de palabras activas se obtiene del de palabras potenciales al aplicar a las últimas las modificaciones indicadas en el filtro. Alguno podría pensar que la morfología, entonces, produce una larga lista de palabras, ésta es la lista designada bajo el término diccionario” (Halle, 1973:9).
Para explicar la capacidad de los hablantes para producir y reconocer piezas léxicas, Halle diseñó un modelo cuyo primer eslabón es la lista de morfemas, unidades básicas del léxico que cada hablante posee en competencia.
Luego se encuentra el eslabón de las reglas de formación de palabras que, en un recorrido onomasiológico (producción), orientan al usuario en la forma como debe combinar los morfemas para formar palabras posibles y, en un recorrido semasiológico (comprensión), le permiten discernir entre palabras bien o mal formadas. El tercer eslabón, que llamó filtro, añade los rasgos idiosincrásicos para adaptar las nuevas formaciones al contexto y se encarga de “bloquear” piezas léxicas inexistentes.
En Aronoff (1985) hallamos dos nociones distintas de bloqueo. Según la primera de ellas, el bloqueo ha de entenderse como la no existencia de una forma a causa de la existencia de otra forma: a pesar de carnoso > carnosidad, no existe avaricia > *avariciocidad, porque el primitivo ya contiene el rasgo "abstracto" que estaría contenido en el termino bloqueado. Según la otra noción, el bloqueo consiste en una competencia entre sufijos rivales: religión > religiosidad impide religión > *religiosería.
Continuando el recorrido del modelo, nos encontramos frente al diccionario o lexicón, donde se acumulan las formaciones que han logrado superar el filtro.
El modelo no es cerrado, está en interacción permanente. Ello explica el hecho de que las palabras existentes bloqueen nuevas formaciones con los mismos rasgos semánticos.
La relación con el componente sintáctico permite ajustar las formaciones léxicas a la estructura superficial donde será insertada, lo cual tiene gran influencia en la selección de los morfemas flexivos. La inserción léxica ocurre al seleccionar los ítems del diccionario y al articularlos en secuencias sintácticas.
La intención de comunicar algo es la motivación del hablante para recurrir a la lista de morfemas, crear una palabra, filtrarla, compararla con su diccionario, ordenarla sintácticamente y adecuarla a las reglas fonológicas para su posterior emisión, la cual debe ajustarse a la situación de comunicación para ser efectiva y lograr los resultados deseados.
Los hablantes, entonces, poseen una competencia para la producción léxica con fines semánticos específicos. Según Lang (1992:40), la formación de palabras tiene, además, una dimensión estilística que no debemos obviar en el análisis léxico. Por una parte, la afición por la derivación puede representar una lucha por precisión y economía en la expresión, como sucede en el lenguaje periodístico, donde las derivaciones suelen evitar las alternativas prosaicas: cine tercermundista por cine del tercer mundo. Por otra parte, el exceso de derivados puede producir una prosa pretenciosa y una acumulación de derivados idiosincrásicos que es usualmente considerada una característica de estilo deficiente.
Pareciera que, una vez más, el equilibrio se impone para el logro de un estilo coherente y adecuado, siempre de cara a una intención comunicativa en una situación específica de comunicación.
4. Las relaciones de significación
a) Relación de homonimia: la relación de homonimia se establece entre dos palabras que, teniendo formas análogas, divergen en su significación. Esto es, un significante tiene varios sememas “sin recubrimiento de semantemas o de campos de experiencia” (Pottier, 1977:96). Así, pensión es un establecimiento, pero también es una renta vitalicia.
b) Relación de sinonimia: es una figura retórica que consiste en usar intencionadamente vocablos sinónimos totales o parciales (de significación semejante), para ampliar la extensión o reforzar la expresión de un concepto. Así, para hablar de crisis se emplean sinónimos como: conflicto, problemática, etc.
c) La metaforización: las metáforas contribuyen a la construcción del mundo mediante asociaciones. Su objetivo es transformar semánticamente a los actores y a las prácticas sociales involucradas. En el discurso periodístico son frecuentes las metáforas, por ejemplo: las procedentes del discurso religioso, como “credo, creencia, correligionario, etc.”; o del ámbito militar: “lucha, fuerza, tregua”.
f) Relación de paronimia: esta relación puede generar ambigüedades o confusiones entre los términos parónimos, es decir, entre vocablos que tienen entre sí relación o semejanza, por su etimología o solamente por su forma o sonido: la frase libros desechables puede interpretarse como libros que se pueden excluir de una serie o conjunto o libros que se pueden botar. Ejemplos de parónimos son: abollar / aboyar, espiar /expiar, cesión / sesión, etc.
g) Los eufemismos: “el eufemismo, como re­curso mitigador de la expresión que atempera o anula las aso­ciaciones desagradables que provoca el tabú lingüístico o, de un modo más sencillo, el miedo a las palabras, tiene en el léxico político manifestaciones más representativas” (Fernández, 1999:43).
La relación entre la palabra tabú sustituida y el sustituto matizado puede incluso acarrear una consecuencia opuesta al propósito del eufemismo: en lugar de mitigar la carga semántica del vocablo, el sustituto puede resaltar los rasgos semánticos negativos del término. Técnicamente, este resultado se conoce como disfemismo. La sustitución de acuerdo por componenda es un ejemplo de disfemismo (Fernández, 1999).
6)  Los préstamos lexicales: el discurso de la prensa se sirve de tecnicismos, cientificismos y diversos vocablos provenientes de lenguas especializadas para legitimar su mensaje. Así, recurre al léxico médico para describir la “profilaxia” social, o para promover la “eliminación de los virus que enferman al país” o a los “parásitos” del gobierno, etc. El léxico militar es muy popular, sobre todo en tiempos de guerra.
Referencias
1)    ALMELA, R. (1999). Procedimientos de formación de palabras en español. Ariel, Barcelona.
2)    ARONOFF, M. (1985). Word formation in generative grammar. The MIT Press.
3)    CHELA-FLORES, G. (1992). Estructuras binominales sueltas en el español de Venezuela: ¿lexemas compuestos o grupos sintácticos?, en: Tierra Nueva, No. 4.
4)    COSERIU, E. (1973). Teoría del lenguaje y lingüística general. Tercera reimpresión (1989). Gredos, Madrid.
5)    FERNÁNDEZ, M. (1999). La lengua en la comunicación política II: la palabra del poder. Arco libros, Madrid.
6)    HALLE, M. (1973). “Prolegomena to a theory of Word Formation”. Linguistic Inquiry, No. 4, pp. 3-16.
7)    LANG, M. (1992). Spanish word formation. Routledge.
8)    LYONS (1980). Semántica. Teide, Barcelona.
9)    POTTIER, Bernard (1977). Lingüística general. Teoría y descripción. Gredos, Madrid.
10)  REAL ACADEMIA ESPAÑOLA (1973). Esbozo de una nueva gramática de la lengua española. Decimoquinta reimpresión (1996). Espasa Calpe, Madrid.
11)  SCALISE, S. (1987). Morfología generativa. Alianza, Madrid.
12)  VARELA, S. (1990). Fundamentos de morfología. Síntesis, Madrid.



[1] Aunque Almela (1999) considera que estas formas, llamadas también prefijoides, no deben ser consideradas como prefijos.